Pintura y cambio en la ciudad: el Nueva York fauvista y expresionista de Médard Verburgh

Hay artistas que no encuentran acomodo en los cánones de sus disciplinas, pero cuya obra es un valioso testimonio de su épocas (por qué no, también albergan un valor artístico). Es lo que sucede con el pintor belga Médard Verburgh, que reflejó en una etapa de su pintura una Nueva York de contrastes y cambios en plena Gran Depresión.

En su momento, el artista expuso en la ciudad y recibió reseñas en periódicos importantes como el New York Times. Le hemos conocido gracias a una entrada del blog Ephemeral New York, en el que Esther Crain revisa “una ciudad constantemente reinventada a través de fotografías, archivos de periódicos y otros restos y artefactos que han sido arrojados al contenedor de residuos colectivo de Nueva York”. Merece la pena perderse en los archivos de la página.

En el post, Crain, autora también de diferentes libros sobre la ciudad, explica el contenido de las obras que recoge en su blog:

Cada una de las cuatro obras de esta publicación data de 1930 y todas capturan los contrastes de la ciudad con colores vibrantes y pinceladas ásperas. La imagen superior, “Sexta Avenida y Teatro Ziegfeld”, yuxtapone torres de oficinas y pequeños centros comerciales y residenciales en una arteria muy transitada de la entonces moderna ciudad.

El Teatro Ziegfeld , inaugurado en 1929 en la esquina de la calle 54, sería el edificio blanquecino de la izquierda, aunque no se parece al Teatro Ziegfeld real que ocupó este sitio hasta que fue demolido en 1966.

La segunda pintura, “El Calvario, Central Park”, muestra las enormes torres de apartamentos y edificios de oficinas de Central Park South que parecen una fortificación alrededor de los extensos pastos del parque y los jinetes que cabalgan en su interior.

“En los tejados de Nueva York”, el tercer cuadro, muestra a los habitantes de los tejados de viviendas bailando y haciendo música, y un gato negro acurrucado en un rincón es testigo de los sonidos y los pasos. Es una escena íntima y personal con el horizonte impersonal e impenetrable de fondo.

La pintura final tiene un título francés, “Le Metro Aerien” , o The Aerial Metro en inglés. Aquí Verburgh nos da las pinceladas más gruesas con imágenes de un almacén o fábrica de ladrillo rojo y un tren elevado dando vueltas frente a él, y bocetos de rascacielos en la parte trasera.

No está claro exactamente en qué vecindario se encuentra la pintura, pero no parece importar. Verburgh presenta otro contraste entre la vieja y la nueva ciudad de Nueva York: la energía y el poder de la antigua en comparación con el anonimato de fortaleza de la metrópolis de rascacielos de 1930.

El interés de Verburgh por la ciudad no resulta extraño, habida cuenta de que era arquitecto además de pintor. Militante del fauvismo durante las primeras décadas del siglo XX, viajó por distintos países, como Francia o Italia, e ingresó en las filas del expresionismo al llegar los años treinta.

 También tuvo relación con España. Tras un breve periplo norteamericano en 1929, se instaló en el Puerto de Pollença (Mallorca) e Ibiza (en Baleares se relacionarà con los Anglada, Cittadini, Bellini o Diehl). De hecho, estando de nuevo en Nueva York en 1932 expondrá su trabajo realizado en las islas. Esta relación, que se prolongará hasta los años cincuenta –y que incluirá aventuras inmobiliarias– queda reflejada en el libro Médard Verburgh, un pintor internacional en Mallorca y Eivissa (Luis Ripoll, 1986, Palma de Mallorca).