Las grandes corporaciones saben lo que estás leyendo y es un peligro para los derechos civiles

En 2007 todos los espectadores de Seven (David Fincher) torcimos el morro cuando el detective de la película accedió a los datos de la biblioteca para investigar la identidad del asesino en serie que da sentido a la historia. En el guion se explica que el FBI tiene registros de libros prohibidos, cuyos prestatarios pueden ser potencialmente investigados.

Desde entonces, el panorama securitario del planeta se ha hecho más asfixiante y el de los datos personales uno de los problemas más importantes de nuestro tiempo. Tanto su vigilancia como su tráfico.

En el mismo país donde se transcurre la película, Estados Unidos, ha surgido un movimiento contra el control que ejercen las grandes empresas tecnológicas y editoriales sobre lo que leemos. La organización por los derechos digitales Fight for the Future, liderada por mujeres queer, mandó el pasado mes de diciembre una carta al Congreso de los Estados unidos avalada por más de 25 organizaciones pide “que investigue el poderoso control de las corporaciones tecnológicas y editoriales sobre el acceso a los libros digitales. Que un pequeño número de corporaciones controlen nuestra capacidad de leer y crear libros es una afrenta directa a nuestra capacidad de tener una democracia que funcione”, explican.

La carta, que habla de empresas concretas como el gigante de la edición científica Elsevier o Amazon, muestra una gran preocupación sobre las injerencias de esta vigilancia en los derechos civiles y humanos:

“Durante años, los autores han dado la voz de alarma sobre la crisis de las prácticas discriminatorias en la edición de libros. Estos comportamientos sólo pueden exacerbarse cuando se esconden detrás de la fachada de una aplicación como Libby de OverDrive o Kindle de Amazon. Ya estamos viendo lo que la censura generalizada puede hacer en comunidades de todo este país: eliminar la educación sobre la historia de la esclavitud, prohibir las historias LGBTQ+ de las bibliotecas públicas y escolares, amenazar el acceso a información crítica sobre la salud reproductiva y forzar las opiniones intolerantes de unos pocos. en la experiencia de miles de personas. Este es sólo el comienzo.”

Y, añaden, sobre los peligros de nuestro contexto actual:

“En este momento, servicios como Kindle de Amazon o ScienceDirect de Elsevier están recopilando grandes cantidades de datos de lectores privados. Esta recopilación de datos tendrá consecuencias dañinas imprevistas, particularmente en un entorno donde los derechos de privacidad previamente establecidos, como el derecho a abortar, han desaparecido. En este momento, la policía de Florida podría citar a Amazon para descubrir que un padre ha leído una revista autoeditada sobre cuidados que afirman el género; un corredor de datos podría vender datos de lectura religiosa para impulsar la contratación de IA opacas; o ICE podría estar rastreando listas de quiénes están leyendo libros sobre los procesos de inmigración de Estados Unidos que incluyen direcciones IP. Los lectores nunca deberían tener que considerar si la exposición de datos al leer un libro es demasiado peligrosa para abrirlo”.

Este movimiento se da en un momento en el que en muchos estados del país se está librando una batalla (a veces de resistencia) contra la censura conservadora que arrecia a bibliotecas escolares y públicas. Un movimiento que, por cierto, también ha comenzado a desembarcar en España.

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