La historia social de cómo los coches lo invadieron todo

En más de una ocasión nos hemos topado con esta interesante infografía de TUMI (Transformative Urban Mobility Initiative) que muestra el cambio de diseño de nuestras ciudades atendiendo a las prioridades históricas de cada momento en cuanto a movilidad.

Es muy interesante toparte de un vistazo cómo cambió el diseño del espacio público para estar orientado al coche a partir de la década de los 50 pero, visto así, podría parecer que se trató de un simple y neutral cambio de orientación en las políticas públicas, que los ciudadanos sufrieron pasivamente.

Sin embargo, no fue así. Antes de este cambio, hubo de producirse una intensa lucha por el cambio de paradigma, en el que el coche no solo aparece masivamente, sino que exige para sí un espacio exclusivo cuando, hasta la fecha, la calzada había sido compartida por peatones, vendedores, niños y conductores (de carros o tranvías).

Un paseo atento por la hemeroteca histórica nos hará encontrarnos con un sinfín de atropellos durante las tres primeras décadas del siglo XX, que en no pocas ocasiones acababan con los vecindarios amotinados, pedreas e intentos de linchamiento a los conductores.

En Estados Unidos hizo falta la asociación lobista de fabricantes, vendedores y grupos de entusiastas del automóvil (pertenecientes en estos años a las clases altas, pues el automóvil era un signo de distinción social para uso deportivo), con una gran campaña en prensa. Se creó el término jaywalking (jay significa algo así como cateto) para ridiculizar a los ciudadanos que no utilizaban los nuevos pasos de peatones.

La fabricación masiva de Henry Ford supuso el inicio de la democratización del automóvil, que fue acompañada por un intenso desarrollo de la reglamentación de la calle. En España, el coche se extiende después e la Primera Guerra mundial per el reino del automóvil no llegaría hasta el desarrollismo franquista, con el popular SEAT 600.

Se puede leer sobre ello a Peter D. Norton en inglés (y para el caso norteamericano) o a Nuria Rodríguez Martín, dentro de su magnífica monografía sobre Madrid La capital de un sueño.

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