Pese a que los juegos de París de este año se han querido presentar como “Juegos populares” y “accesibles a todos” hay voces que están hablando de la gentrificación y comercialización de la ciudad provocada por los Juegos Olímpicos. Era inevitable: estas son sombras que se ciernen sobre el evento, al menos, cada cuatro años.
El área de 54 hectáreas que conforman la villa olímpica está en Seine-Saint-Denis, un departamento fronterizo con la ciudad equiparable a un suburbio empobrecido. Pese a que su alcalde, Mathieu Hanotin, se muestra entusiasmado con la nueva población que resultará de la actual Villa Olímpica (pues luego se remodelará y venderán pisos), no todo el mundo tiene tan claro el beneficio, por lo que se ha constituido un Comité de Vigilancia de los Juegos Olímpicos de Saint-Denis formado por vecinos.
Los actos de organización colectiva contra las olimpiadas han sido ya muchos los últimos años, como la defensa de los huertos y jardines obreros de gran tradición en Aubervilliers, donde se pretendía construir la piscina de entrenamientos.
Entre el 20 de julio y el 8 de septiembre (aunque los juegos terminarán el 11 de agosto) el precio del billete de tren se duplicará y ya se habla que los precios del hospedaje se multiplicarán por cuatro, abriendo la puerta de par en par a las plataformas turísticas como AirBnB, que prometen grandes ingresos para los propietarios parisinos. Podría ser una colosal campaña de captación de la plataforma.
También se teme que, como en anteriores citas olímpicas –hay mucho escrito sobre el tema para Barcelona– las autoridades aprovechen para expulsar de diversas partes de la ciudad a personas sin hogar e inmigrantes sin papeles. La llamada Ley de los Juegos Olímpicos de 2024 permitirá el establecimiento de videovigilancia algorítmica masiva, se ha lanzado la Operación Cero Delincuencia de los Juegos Olímpicos y, de momento, se sabe que muchos estudiantes tendrán que marcharse de sus residencias con un cheque de cien euros como indemnización.
Los mega eventos sacuden la vida de las ciudades donde se llevan a cabo, no son inocuos ni temporales en sus repeticiones sísimicas. Para sus defensores, la disrupción es enteramente positiva por la oportunidad para la inversión que suponen, pero hay cada vez más evidencias de que ni los beneficios ni los perjuicios ocasionados se reparten de forma equitativa entre los vecinos.