La batalla contra los censores de la “indecencia” y de los libros en USA como afirmación del derecho a existir en el espacio público

La embestida conservadora contra las bibliotecas escolares y públicas, a favor de la censura de títulos presuntamente indecentes (suelen llamar así a libros que abordan la sexualidad, sobre todo LGTBI+ y de minorías) está ganando terreno en Estados Unidos los últimos años. En algunos estados, como Oklaoma o Tenesse, se han promulgado leyes “contra la obscenidad”. En Luisiana, se ha establecido una línea telefónica para la denuncia de libros. Otra táctica ofensiva ha sido dejar de financiarlas, como hicieron en Missouri, de mayoría republicana. En esta lista de Lectura.Social, Kamen anotó los libros prohibidos en las escuelas de Florida.

Una de las estrategias seguida por grupos organizados es utilizar un mecanismo de petición de revisión de un título que se solía utilizar por parte de usuarios individuales de forma colectiva y a través de listas de libros. En este informe, la American Library Association (ALA)  documenta 1.269 demandas de censura de libros y recursos bibliotecarios durante el año pasado, casi el doble de los registrados por la misma asociación en 2021.

A nadie se le escapa que el intento de prohibición de determinados libros –o al menos su veto a determinados grupos de edad– está muy ligado a la vigilancia de los comportamientos en el espacio público. Esto queda muy patente en el penúltimo caso de intento de censura.

El pasado mes de junio se aprobó una ordenanza de comportamiento indecente en la ciudad de Murfreesboro (Tenesse) que nos retrotrae a tiempos pasados: habla de la “exposición indecente, la indecencia pública, el comportamiento lascivo, la desnudez o la conducta sexual”, y, lo que es peor, incluye la homosexualidad en el apartado conducta sexual, condenando al armario a la comunidad LGTBI+. La violación de la ordenanza conlleva la prohibición de organizar eventos públicos o vender bienes y servicios en eventos públicos durante dos años (o cinco si se ha hecho “en presencia de menores”).

Las primeras consecuencias no se han hecho esperar y, por supuesto, han tocado de lleno a los libros. En Murfreesboro ya se han prohibido cuatro títulos (Flamer, Hablemos de ello, Queerfully and Wonderfully Made y This Book Is Gay). Está claro que la desobediencia civil –que tampoco está faltando en respuesta a los abusos de la derecha norteamericana– pasa por llevar en la calle bien visibles las cubiertas de los libros asediados.

Confrontaciones dialécticas sobre los fondos de las bibliotecas y la libertad de expresión se están llevando a cabo también en otros estados. En el condado de Douglas (Colorado), a 45 minutos de Denver, se produjo el pasado mes de abril una pugna contra la campaña reaccionaria contra la imposición moralista conservadora y su ofensiva contra los libros.

El grupo conservador Christian Freedom Fathers montó una campaña para prohibir determinados títulos en la biblioteca a través de Facebook, utilizando la plataforma Booklooks, creada por el grupo conservador antielección de libros Moms for Liberty como guía para certificar la adecuación de los contenidos de los libros (ha sido usada por algunas instituciones públicas norteamericanas a pesar de las acusaciones de LGTBIfóbica y racista que pesan sobre la plataforma).

La campaña propició una movilización ciudadan en el contexto de la Junta Directiva de la Biblioteca del Condado, donde los conservadores habían sido convocados. Acudieron los prohibicionistas y quienes se oponían a ellos. Luego, los bibliotecarios decidieron crear guías contra la prohibición de libros y se ha creado la plataforma Douglas County FReadom Defenders. La batalla por la lectura pública es, además de una contienda por la libertad de expresión, una afirmación de rechazo a quienes pretenden reglar el comportamiento en las calles a través de sus personales filtros religiosos, morales y políticos.

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