En los años 50 Venecia era una ciudad superpoblada sin posibilidad de expansión natural por las aguas que la rodeaban y precios desorbitados por la escasez de oferta de habitaciones. La infravivienda era moneda corriente y el caserío histórico se encontraba muy degradado. La respuesta política y empresarial priorizó el desplazamiento de parte de la población a los nuevos barrios construidos en el continente a la rehabilitación, en una gran operación especulativa que enriqueció a quienes previamente habían adquirido los terrenos. Como siempre.
En menos de dos décadas el equilibrio poblacional se invirtió y el continente pasó a tener más vecinos que el centro histórico (se desplazaron 84.000 personas). Las nuevas familias se mudaron pero sus trabajos continuaron estando mayoritariamente donde siempre había estado por lo que se vieron obligados a trasladarse cada día.
Después de la despoblación parcial de Venecia llegó la rehabilitación con dinero público y la revalorización de las propiedades. Hoy en día la Venecia histórica se sigue despoblando, condicionada por la turistificación extrema y el alquiler vacacional, pero, tal y como explica Clara Zanardi en La bonifica umana. Venezia dall’esodo al turismo,o el proceso comenzó antes del turismo de masas (en el último número de la revista The Passenger, aquí se puede leer un extracto).
La autora reflexiona acerca de la naturaleza de lo que una ciudad es, poniendo a dialogar las piedras y las personas:
Durante el siglo XX, decenas de miles de familias venecianas dieron este mismo salto. Algunos, como los Furlan, animados por la esperanza de una mejor calidad de vida en una tierra en pleno desarrollo; otros, sin embargo, con algo más que una lágrima y la profunda inquietud de una inmersión en lo desconocido, fuera de su propio entorno y de su propia comunidad. Persona tras persona, gota a gota, la ciudad del agua ha perdido así más de dos tercios de su población, unos 125.000 habitantes, en un goteo despiadado que continúa hoy a un ritmo de casi mil habitantes al año. Un fenómeno de intensidad y proporciones dramáticas, que más que ningún otro ha dado forma a la Venecia contemporánea y que en la laguna ha adquirido el nombre un tanto siniestro de “éxodo”.
Sin embargo, el vacío dejado por este abandono no parece haber producido un eco tan fuerte. Intentemos imaginar qué habría sucedido si decenas de miles de edificios históricos se hubieran derrumbado en la ciudad en el mismo período de tiempo: la sensación habría hecho temblar las venas y el pulso de la opinión pública mundial. Si hubieran sido las piedras cargadas de historia las que desaparecieron, y no las personas con sus historias, no se habría hablado de otra cosa. Entonces, ¿qué es una ciudad para nosotros? ¿Cualquier ciudad? ¿Sus piedras o sus habitantes, o qué combinación de ambos? Y si una ciudad pierde su comunidad viva, manteniendo intactas sus murallas y calles, ¿sigue siendo ella misma o se transforma en otra cosa?”.
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